jueves, 4 de febrero de 2021

Violencia Simbólica.

Hace unas horas la Cámara de Diputados de México aprobó una iniciativa mediante la cual se considera a los concursos de belleza como “violencia simbólica” (sic) y, en consecuencia, se prohíbe que los mismos reciban financiamiento estatal. Ahora bien, entendiendo que aún falta la aprobación por parte del Senado de la República, el punto que quiero destacar es el del inminente arribo de la corrección política en nuestra vida pública y el consecuente rechazo a prácticas tendientes a “cosificar” a la mujer. La relación entre este hecho y la lucha libre debiera ser inexistente, sin embargo, toda vez que desde la década de los noventas la misma utiliza a las mujeres como atractivo visual para anunciar tanto a las caídas como a los luchadores, es válido subrayar que el uso de atractivas edecanes está condenado a la extinción tal y como ya ocurrió con la Fórmula 1 y los juegos olímpicos.

Es cierto que, de inicio, dicha iniciativa sólo prohíbe el financiamiento público para dichos eventos, sin embargo, en la exposición de motivos de la misma se citan conceptos que durante los últimos años han sido bandera de los grupos feministas. Vaya, tildar de “violencia simbólica” a la subjetiva comparación entre distintos tipos de belleza suena a rudeza innecesaria, sin embargo, este es el tono que en el futuro iremos viendo en más de un ámbito de nuestras vidas.
Por el momento, no vale mucho ahondar en lo contradictorio que es el hecho de que a la par de que avanzan tales ideas el comercio sexual haya encontrado la manera de reinventarse en plataformas tipo “Only Fans”, logrando eludir por el momento al ojo inquisidor de la corrección política.

¿Cuánto tiempo más tendremos a mujeres fungiendo exclusivamente como meros atractivos visuales en las funciones de lucha libre? En el pasado he sostenido, por otros motivos, que su presencia ya es insostenible no solo porque es un gasto innecesario (muy alto, por cierto) sino porque en la dinámica moderna no permiten que los luchadores luzcan en sus entradas y además, erróneamente, sitúan la presencia de la mujer en las pasarelas y no en el centro del ring, creando un sistema injusto en donde una edecán labora y gana mucho más que una “Amazona” -el colmo de las cosas es que en el CMLL se formó primero un departamento de edecanes antes que uno de luchadoras-.

Mucho tiempo ha pasado desde que las sílfides solo eran coronadas reinas de la lucha libre y posteriormente, a la usanza del boxeo, las encargadas de anunciar las caídas mientras portaban diminutos bikinis. También ha pasado mucho desde que, tomadas de la mano de los luchadores, llegaban juntos al ring para reforzar la presencia escénica de elementos poco acostumbrados a lidiar con las cámaras y, posteriormente, cuadriplicar el número de edecanes requeridas en pasarela para construir un atractivo en sí mismo -Roxana, Isela, Tania y Roxana- hasta llegar al excesivo protagonismo -Linabys, Tanya, etcétera- y, finalmente, consolidarse como un poder administrativo al interior de la empresa en razón de los vínculos que su líder, Erika Canseco, sostuvo con dos miembros de distinguidas familias coliseínas.

Ha pasado tanto tiempo que ya emergió una nueva generación, una que con justificadas razones y no pocos excesos, impone una nueva moralidad, una en donde tal parece que la tercera palmada está a punto de caer sobre los cuerpos de edecanes que durante ya casi 30 años han sido parte de las funciones de lucha libre en todo el país. Al tiempo.



 

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