miércoles, 14 de abril de 2021

Mancha Urbana.

Durante la década de los noventas el término “urbano” que tímidamente se venía empleando durante los ochentas empezó a volverse de uso corriente en la escena musical mexicana para referirse de forma peyorativa al movimiento cultural que se venía gestando en las calles de las colonias populares del Distrito Federal y del Estado de México. “Urbano”, era usado con cierto tufo de clasismo y más bien parecía el término políticamente correcto para evitar decir “marginal” y darse así la licencia de tratar con desdén a la composición social resultado de años de migración hacia las grandes urbes y de un país económicamente convulsionado. Tal y como sucede con otros términos similares luego vino su normalización y, a fuerza de costumbre, incluso fue adoptado por los propios habitantes de las colonias populares para referirse a sí mismos y a sus diversas expresiones culturales. 


La lucha libre no fue ajena a este movimiento y a pesar de que años atrás ya habíamos tenido expresiones tales como “Los Temerarios” y su visión estereotipada del movimiento punk, lo cierto es que fue hasta que, producto de la rocambolesca visión de Antonio Peña, la guerra de pandillas entre Vipers y Vatos Locos ganó enorme notoriedad en la escena luchística (Aunque su concepto no eran más que un estereotipo que situaba como violentos inadaptados a la juventud de los barrios populares).

 
Al mismo tiempo que Vipers y Vatos Locos se disputaban la hegemonía en la naciente modalidad de las facciones, en el CMLL fueron apareciendo progresivamente una serie de luchadores curtidos en arenas chicas que ya poco tenían que ver con los  “provincianos” que antaño venían a probar fortuna en la capital del país y que eral el fiel reflejo de la sociedad de sus tiempos. Se trataba de individuos que ya tenían una identidad mucho más próxima al estereotipo que actualmente tenemos del chilango y que tuvieron que lidiar con problemas que iban mucho más allá de una lata de aerosol y un encendedor. Virus, El Enemigo Público, Kid Guzmán, Ricky Marvin, Fugaz y Sangre Azteca fueron algunos de los luchadores con aroma a barrio popular que, con su talento por delante, intentaron desafiar ciertos convencionalismos muy arraigados en el gremio que hasta la fecha dificultan que tipos como ellos tengan acceso al éxito. 
 
Su apariencia sería meramente anecdótica de no ser por su propuesta en el ring. No solo estaban capacitados para llevar a cabo el estilo de lucha de más alto nivel de la época sino que tenían la suficiente creatividad para crear sus propias firmas y rutinas. Al final del día, hubo varios factores que no permitieron su consolidación pero es inevitable pensar que los prejuicios del gremio tuvieron mucho que ver para que este no se diera. 
 
La máscara, el distintivo por antonomasia de la lucha libre mexicana, a la par que se consolidaba como tal fue creando un daño colateral de forma imperceptible. En efecto, antes de de volverse un elemento esencial era mucho más común ver la diversidad étnica y estética en los rostros de los luchadores pero consumada la misma, está fue desapareciendo paulatinamente. Llegamos a un punto tal en que para poder luchar sin máscara los luchadores tenían que tener una estética más cercana a lo convencional, o bien, ser inusualmente feos. El resto, tenían que enmascararse. 
 
Este criterio estético fue permeando tanto que incluso hoy día luego de que un luchador se quita la máscara nos basamos en sus facciones y origen étnico para predecir si tendrán o no éxito en esta nueva etapa y, por lo general, siempre que vaticinamos el fin de la trayectoria de alguien es en aquellos casos en donde los desenmascarados tienen rasgos indígenas. 
 
De hecho, un luchador “atractivo” incluso aún como enmascarado siempre tendrá una ventaja al momento de ser seleccionado para aspirar a mejores sitios porque ante habilidades similares el promotor piensa que si este no tiene éxito como enmascarado, puede tenerlo como elemento sin máscara luego de participar en una lucrativa lucha de apuestas, por tanto, apostar por el "carita" parece una decisión mucho más sensata. Si entendemos lo anterior y hacemos a un lado las hipocresías, vamos a entender la complicada situación en la que se encuentran buena parte de los luchadores oriundos del sureste de México.
 
Ya sea por la estatura, ya sea por las facciones, no hubo uno solo de estos luchadores al que no se les propusiera ocultar su rostro con una máscara o maquillaje para que pudieran ser aceptados por el público, ¿Por qué? Porque aunque digamos que lo más importante es el talento lo cierto es que como aficionados nos importa, y mucho, la apariencia física de los luchadores. Estoy seguro que no de forma intencional pero si como consecuencia de nuestros prejuicios como sociedad y como gremio, hemos mantenido una política racista que ha sido una barrera para que cientos de luchadores puedan triunfar. ¿Lo peor del caso? Que los vaticinios de los promotores y nuestros pronósticos suelen ser certeros porque realmente no estamos listos para darle una oportunidad a los luchadores cuya apariencia física no es cercana a nuestros cánones de belleza y si es común que estos no puedan mantener una carrera tras perder la máscara -como si el talento se les fuera con el trapo-.
 
Así como “rock urbano” al final de cuentas fue un termino clasista para distanciarse de los músicos oriundos de colonias populares, los criterios estéticos de promoción que se consolidaron tras la popularidad de los enmascarados han creado una división que tiende a excluir a aquellos que son una estampa de nuestras colonias populares, tal y como le pasó al brillante grupo de luchadores aquí enunciados.

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