martes, 15 de marzo de 2022

Cara o cruz.

“Ven a mi oficina, me urge hablar contigo” fueron las breves palabras que escuchó del empresario y las mismas que le hicieron modificar su agenda. El inoportuno horario en que recibió la llamada le hizo pensar que, en efecto, el asunto era urgente así que se vistió rápidamente para encontrarse con su otrora patrón.

De camino a la oficina no dejaba de pensar en cuál sería la razón del sorpresivo llamado. Las principales fechas aún estaban lejanas y tenía varios meses que no trabajaba para él así que pensó que de seguro se trataría de uno de esos “trabajitos” que realizaban algunos de sus compañeros y de los que ya en el pasado se había negado a participar.
 
Pese a que llegó muy temprano a las instalaciones estas ya se encontraban llenas e incluso ya había una fila esperando para ser atendidos en la oficina principal. En un estrecho pasillo estaban varios luchadores que lucían caras largas y evidentes gestos de desesperación tras lo que seguramente ya era una larga espera en búsqueda de ser atendidos. El rostro de estos desdichados se iluminó y quienes estaban sentados empezaron a levantarse de sus asientos en cuanto vieron a la secretaria levantar el teléfono y decir “Ya está aquí, ¿Le digo que pase”? Su sonrisa desapareció apenas notaron que la dama se refería a un fornido luchador cuya presencia les había pasado inadvertida a todos, menos a ella.
Las puertas de la oficina se abrieron casi en cuanto la secretaria colgó el teléfono y de ellas emergió el empresario escoltado por sus eternos lamebotas. Para sorpresa de estos, el empresario los invitó a salir de su oficina e inmediatamente le pidió al fornido luchador que entrara a su privado. La conversación seria a solas.
 
No hubo testigos de lo que pasó ahí adentro, nadie supo lo que conversaron y quienes estuvieron afuera solo recuerdan haberlo visto salir de la oficina con un gesto amargo y de preocupación. Lo recordaban tosco y anti social pero su conducta nada tenía que ver con el hombre que conocían.
 
Ya en la intimidad de su automóvil pasó de la preocupación a la molestia. Los números no lo incomodaban, le molestaba la propuesta, la posibilidad de perder. Salió manejando de prisa pero de inmediato cambio de planes, no esperó a llegar a su casa y en cuanto pudo se estacionó. Tomó un teléfono público y trató de comunicarse con un colega. Lo llamó en varias ocasiones pero nunca encontró respuesta. Frustrado colgó el teléfono y regresó a su auto, estaba a punto de abrirlo cuando por el rabillo del ojo vio a su colega dirigiéndose hacia las instalaciones del promotor. Lo siguió con la mirada y esperó pacientemente a que estos terminaran una reunión que se prolongó durante cuarenta minutos.
 
Al verlo salir trató de increparlo pero se detuvo tras reconocer en su rostro al mismo gesto amargo que él mismo había tenido minutos atrás. De hecho, aquel ni siquiera había notado su presencia sino hasta que el promotor los llamó por su nombre y los invitó a desayunar. 
 
Mientras bebía a sorbos su café el empresario les explicó: “Entiéndanlo, no es asunto mío, la idea me molesta tanto como a ustedes, no quiero hacerlo pero no hay de otra”. “Eso me queda claro señor ¿Pero por qué yo?” dijo uno, “¡¿Y yo por qué voy a perder?!” contestó el otro. “Cabrones”, se río el promotor, están viendo como están las cosas y solo les preocupa su ego.
 
“¿Por qué ustedes? Porque así lo quiere ese cabrón”. “¿Por qué van a perder? Nunca dije eso, dije que se plantearan la posibilidad de hacerlo”. “¿Por qué estoy metido en esto? Porque al igual que ustedes, no tengo opción”.
 
“La cantidad está sobre la mesa, es excelente, a todos nos conviene, pero hay algo que también está sobre la mesa y que su ego no les ha permitido ver, nuestra tranquilidad, además, nadie tiene porque enterarse. Será un evento completamente privado, sin periodistas”.
 
“Ahora bien, la razón por la que los llamé fue porque no quise que los contactaran directamente. Ellos no saben del negocio, vinieron a mi porque creen que nosotros estamos detrás de todos los eventos de lucha libre y sinceramente temo sus modos. Me hubiera sido fácil decir que no tengo nada que ver con ustedes pero creí oportuno fungir como su intermediario. Ustedes son profesionales y creí que entenderían la situación. Créanme, juntos, saldremos de está”. 
 
“Jamás hablé de ganadores ni de perdedores con ellos, porque no tengo cabeza para hacerlo, creí que habría lugar para la cordura en ustedes, además, tengan presente que no podemos decir que no y que aquí ganamos o perdemos todos”.
 
El empresario les explicó la situación. La noche anterior fue abordado por unos tipos mientras se encontraba cenando cerca de la arena. Le dijeron de parte de quien venían y de forma clara y contundente exigieron la organización de una lucha de máscara contra máscara en una lujosa hacienda al norte del país. 
 
El empresario continuo con su relato: “Tú eres el ídolo del patrón, pero tú lo eres del hijo, es cumpleaños de este último y el regalo que le pidió a su papá fue una lucha de máscaras entre ustedes. Los tipos se acercaron conmigo sin saber que nada me ata con ustedes y sin tener idea del negocio. Piensa que la lucha libre es real y esperan una guerra sin cuartel. Los tipos fueron claros, me encargaron organizar la lucha y me dijeron que cualquier inconveniente suyo lo tendrían que ver directamente con su patrón. De forma contundente me dijeron que la lucha se hace porque se hace, por las buenas o por las malas”. El silencio llenó el lugar.
 
Ambos se quedaron viendo mutuamente durante largo tiempo hasta que el primero rompió el silencio: “Compadre, es la misma feria para los dos, además usted sabe que yo soy el mejor del…”. “¿Perdón”? le interrumpió el otro, “En otro tiempo lo hubiera aceptado, pero el día de hoy no existe luchador más famoso que yo, además, es cumpleaños del niño…” rematando con una sonrisa burlona.
 
“El tipo tiene fama de eliminar a la gente que le falla…”, lo interrumpió el promotor viendo a a los ojos al ídolo infantil mientras le hacía una mueca señalando a su fornido colega . Todos sabían que era cierto, su solo nombre inspiraba miedo, no había autoridad que no se le subordinara. “Dejémoslo aquí por hoy, voy a mandar a mi mejor referí al evento y allá ustedes se hacen bolas. Nos vemos en el aeropuerto en cinco días”.
 
“¿Vas a venir con nosotros?” Dijeron los luchadores al mismo tiempo. “¡Claro! En esta estamos juntos, ¿Además creen que me voy a perder la lucha del siglo?” les contestó el empresario provocando una sincera carcajada de todos.
 
Una comitiva de cinco personas partió con rumbo al norte del país. La conversación fue mínima. A la llegada a su destino fueron recibidos por una delegación que ya los esperaba. No hubo necesidad de vendarle los ojos a nadie durante el trayecto. “Nadie con dos dedos de frente se atrevería a entrar aquí” les dijo su chófer asignado.
 
Los nervios se apoderaron de ambos luchadores. Aún no se habían puesto de acuerdo sobre el resultado y no podían hablar frente al chófer que los trasladaba a su destino. El promotor notó su nerviosismo y solo se limitó a darle unas palmadas en la espalda a su referí más experimentando quien de inmediato asintió con la cabeza.
 
Sacó de su bolso dos papeles y se los paso discretamente a los luchadores. Desde ese momento no hicieron más que leerlos una y otra vez. Del nervio pasaron a un extraño entusiasmo.
 
Al llegar al lugar se sorprendieron por la extensión del terreno. No había mucha gente, apenas eran unos cuantos cientos de familiares del festejado acomodados alrededor de un ruedo que al centro lucía un ring. Era una “entrada miserable”, indigna para la caída de cualquiera de las dos máscaras en juego pero los ingresos por la lucha serian tres veces más que la taquilla total del recinto más grande del país. 
 
El momento había llegado. Los dos se vistieron en unos unos cuartos cercanos a las caballerizas y en cuanto escucharon la voz del referí se levantaron y salieron con rumbo a una puerta que los llevaba directo al rodeo. Sus cuerpos estaban separados solo por el referí, quien tras respirar muy hondo atravesó la puerta…
 
Por los nervios habían olvidado la instrucción del promotor y el ídolo infantil alcanzó a decir desesperado, “¡Cabrón, el volado!”. El otro apenas iba a contestarle cuando escuchó al anunciador decir su nombre y no tuvo de otra que cruzar la puerta al tiempo que volteo ligeramente hacia atrás lanzándole una mirada desafiante a su compañero. Subió al ring, y el sol le pegaba a plenitud. Las cuerdas y la propia lona estaban al rojo vivo.
 
Su rival salió con rumbo al ring, se veía pequeño desde arriba, pero a medida que se acercaba se veía la convicción en su mirada y parecía aún más grande de lo que realmente era. Ciertamente el fornido luchador quedó intimidado. En cuanto el anunciador bajó del ring el promotor se acercó y solo atinó a decirle al referí “te los encargo mucho”.
 
Llamado a las acciones, cuatro manos entrelazadas, uno hace que los dedos le truenen al otro y lo lleva a la lona con la japonesa. El otro pega la barbilla al pecho porque sabe lo que le viene: un candado a la cabeza que no lo deja respirar. Desesperado usa sus manos para tratar de quitarse el castigo, al hacerlo queda expuesto y le colocan “la americana”. “Ya estuvo” grita adolorido. “No seas cabrón, apenas va un minuto”. Le dice el referí. “Levántame la mano o ya no sale a la segunda” le dice el otro.
 
Caída fugaz. Mientras celebra con la mano en alto, le busca los ojos a su adversario. El mensaje parece ser claro: “no hubo volado pero esta noche no pierdo yo”. Movido por el orgullo y por el miedo el ídolo infantil se pone de pie. El referí no le ha soltado la mano al vencedor cuando le murmura al oído “dame una segunda caída o todos nos vamos a la chingada”. Este no alcanza a decir “sí” cuando siente como se le dobla la columna por culpa de unas patadas voladoras.Vende el movimiento y siente como los dedos de su rival le pican el ojo en su intento por rasgarle la máscara. Un par de golpes en la cabeza y un rodillazo en la ya castigada espalda lo rematan. El promotor, improvisado contador del tiempo, toca la campana e inicia la segunda.
 
El perdedor intenta repetirle la dosis y busca un candado, el vencedor, con más técnica, le toma el brazo y lo manda a la lona y luego toma distancia. Espera verlo de pie y se lanza en tope sobre su pecho y y luego le repite la dosis. Va por un tercero pero este es esquivado. El inicial perdedor le patea la espalda a su rival pero en cuanto lo pone de pie e intenta un látigo irlandés su rival reacciona, lo proyecta contra las cuerdas y con una pasada de campana que se hace eterna lo manda por los aires. El vencedor de la inicial toma por la espalda a su rival apenas se pone en pie, lo levanta por los aires y luego lo deja caer para clavarle la rodilla en el coxis.Va por una segunda silla eléctrica, pero le sostienen la cabeza y se la muelen con una máquina de dar golpes que le dejan marcados los nudillos en la frente. El musculoso gladiador se aferra a la cintura de su rival y cuando se le viene otra secuela de golpes de su adversario, lo levanta y le repite la dosis.
 
Va por una tercera silla eléctrica y se repite el intento de contra. El ídolo infantil ya no suelta coscorrones sino auténticos puñetazos y aún así el hércules lo levanta y por la fatiga, o los golpes, que se yo, se va de espaldas y conecta un accidentado suplex en donde el cuerpo del ídolo infantil le cae en la cabeza.
 
“Cúbrelo pendejo” Dice el referí y así lo hace ¡Uno, dos, la lucha se empata! El público está enloquecido. El festejado celebra y el patrón se jala los cabellos. Aún con los brazos en altos el ganador de la segunda ve a un niño celebrando e imitando sus movimientos, es el cumpleañero, quien luego se pierde en el extenso terreno tras ser perseguido por sus amiguitos y empezar su propia aventura.
 
Ni siquiera alcanza a sonreír cuando ahora es él a quien la columna se le hace acordeón y cae como bulto afuera del ring. Desconcertado y con un sol que le da de frente, no se da cuenta de donde le caen más de cien kilos de peso que se lanzan hacia afuera del ring.
 
Por lo rápido del movimiento no alcanza a colocar bien sus brazos y las costillas de su adversario se estrellan con su codo. El dolor es inmediato. El referí baja de inmediato, les pregunta cómo están: “Creo que me rompí una costilla” se apresura a contestar.
 
El referí los sube al ring. Lastimado pero más cuerdo, el lesionado conecta un cangrejo, su rival se rinde pero tiene una mano afuera del ring. El resultado se invalida. El lesionado amenaza con golpear al referí. "¡Mátalo!" Grita una voz autoritaria desde el público.
 
El lesionado deja de distraerse con el referí y va por su rival quien hasta ese momento no sabía cuan ligero podía ser hasta que siente como sus pies se despejan de la lona y es azotado en contra de esta. El lesionado se resiente. “Te ves mal, de una vez ahijado” le dice el referí.
 
Va por su adversario quien se encuentra de rodillas. Una bota presiona su espalda y de inmediato siente como le hacen palanca a sus dos brazos. El dolor es inmenso pero su verdugo no puede seguir apretando. Le duele hasta el alma.
 
Va por el frente. “Un azotón, una plancha y listo” se dice para sí mismo. Pero apenas y termina su pensamiento y siente como lo atrapa un feroz abrazo de oso de alguien que se aferra a la vida. Sus manos quedan mal colocadas y el dolor aumenta.
 
Su rival se pone de pie y presiona con todas sus energías. Las costillas le crujen al fornido gladiador, el sol le queda de frente y ya está al punto del desmayo, el otro, por arriba del hombro de su rival, alcanza a ver al público; los niños le han perdido todo interés a la lucha y juegan a lo lejos mientras que el patrón está que hierve vociferando maldiciones.
 
Entonces afloja el castigo y apenas lo hace siente como dos palmadas se estrellan en sus orejas. Algo se reventó en su interior y lo dejó aturdido, nuevamente es noqueado, nuevamente es planchado. Tres segundos, perdió la máscara.
 
El patrón sube a felicitar a su gallo, el perdedor se quita la máscara e inventa el primer nombre que se le ocurre, baja del ring seguido del referí. Arriba todo es algarabía. Referí y perdedor entran a los vestidores.
 
“¿Qué pasó, ya lo tenías cabrón, estaba a punto de desfallecer?”. “Si, lo sé, pero en ese momento lo entendí todo” le contestó el desenmascarado. En su cabeza solo sonaban las palabras del promotor: “El tipo tiene fama de eliminar a la gente que le falla…”.
 
“Te entiendo y por cierto campeón” Dijo el referí para romper el trance del perdedor. “¿Qué decía la nota que les dio el promotor?”
 
El perdedor hace una pausa, respira hondo para dejar pasar el nudo que trae en la garganta y finalmente responde:
 
“Cara o cruz”...

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.