jueves, 22 de abril de 2021

El suelo es el límite.

Tocar el tema de la pobreza es meterse en honduras porque hacerlo implica tocar fibras muy sensibles, sin embargo, considero que para hablar de la misma hay que hacerlo con la crudeza que implica la miseria, sin maquillarla y mucho menos edulcorarla. Eso sí, es preciso hacer una oportuna distinción entre pobreza y pobres porque para los demagogos es fácil acusar clasismo cuando lo único que se hace es señalar y cuestionar a la primera, no al grupo social. En el mismo orden de ideas, es igualmente oportuno distinguir entre las arenas de barrio que cumplen con una función social y los empresarios de la miseria de los que hablo en el presente escrito.

 
Alrededor de hace quince años, espontanea o deliberadamente, se inició una campaña tendiente a romantizar a las otrora llamadas arenas chicas con tal éxito que, hoy día, es políticamente incorrecto referirse a ellas como tales -a pesar de que este fue su nombre histórico-, y en su lugar se usan términos y eufemismos tales como “los independientes”, “nuevas empresas” e incluso se afirma que solo en ellas se practica la verdadera lucha libre.

Romantizar a la pobreza no es cuestión exclusiva de la lucha libre porque, en prácticamente cualquier ámbito, se afirma que el verdadero talento se encuentra en los barrios y no en sus contrapartes más desarrolladas económicamente. Por ejemplo, en el fútbol es común escuchar que los futbolistas “llaneros” son mejores que los profesionales porque, a diferencia de estos, aquellos son capaces de jugar en un potrero y sin cobrar un solo peso por hacerlo. 

La existencia de talento es innegable pero que este sea el mejor de todos es muy cuestionable, eso si, en todos los casos romantizar paupérrimas condiciones laborales es condenable y de esto último se habla muy poco. No se entiende que la idealización de la precariedad es un camino que conduce a la perpetuación de la misma. 

El edulcorado circuito independiente ha dotado de una módica fama a sus protagonistas pero no ha mejorado las condiciones laborales de los luchadores y, por el contrario, las ha empeorado en prácticamente todos los rubros. Por ejemplo, en el mérito técnico la preparación de los luchadores es abajo de mediocre. Ni siquiera existen instructores competentes porque ahora cualquier luchador que jamás destacó por su técnica, ni por sus logros, ahora se dice maestro e instructor "de alto rendimiento". Del mismo modo, surgen gurús que afirman que mediante talleres de manejo de redes sociales, expresión corporal o simplemente "vibrando alto", pueden volver exitoso a cualquier luchador.

En el aspecto físico la situación no es muy diferente porque ya quedó en el pasado aquello de que para ser luchador hay que parecerlo porque, hoy día, los actuales estetas se caracterizan por extremos que van desde cuerpos famélicos hasta obesos mórbidos. El ambiente apesta a improvisación en cada esquina. 

 
Las condiciones laborales son las peores de las que tenga memoria y esto es lógico si entendemos que el romanticismo de la miseria es aliado de los abusos patronales. Instalaciones carentes de los servicios elementales, baños con olores indescriptibles, ausencia de servicio médico y de ambulancia, frecuente ausencia de pagos y de madre. Eso sí, cortándose la frente en cada lucha, reventándose cascos de refresco y de cerveza en la cabeza, aventándose hieleras, dándose de sillazos, empaquetandose en carritos de supermercado, estrellando costillas y columna con vallas, sillas y autos chatarra; respirando el mercurio que brota de las lámparas neón e inyectándose los pómulos con una jeringa reutilizada, ya saben, la verdadera lucha libre, esa que tanto les gusta a los auténticos viudos del Toreo y que "desgraciadamente" está prohibida por el pinche CMLL. ¿Y todo a cambio de que? De una garantía que ni remotamente cubre todos los riesgos laborales anteriormente enunciados. ¿De verdad no se dan cuenta del daño que se hace al romantizar un vínculo laboral tan leonino?

Parte de la romantización tiene su punto de partida en el mito de que los luchadores independientes son los mejor pagados del país, tristemente no es así y la pandemia los desnudó. A excepción de un puñado de personas, al resto los vemos literalmente pidiendo limosna para cubrir sus gastos elementales, haciendo fila para recibir una despensa que equivale a la comida de un día y en el caso de varios de los finados, ni siquiera dejando lo necesario para pagar el hoyo. Jodidos en extremo, eso si, dando entrevistas con una lona repleta de patrocinadores como fondo -igualito que en la Champions-, con redes sociales repletas de halagos gratuitos y sus prestaciones por gastos de defunción consistentes en su minuto de aplausos y la promesa de ser programados en la arena celestial. En algunos casos ya ni siquiera hablamos de luchadores moleros (aquellos que cobran con una comida) sino de luchadores caguameros o cricosos que cobran con vicio. Tal cual. 

El luchador independiente parte del engaño de creerse "su propio patrón" cuando, en realidad, no solo tiene una multiplicidad de patrones sino que ninguno de ellos se hará cargo de él cuando tenga una contingencia de salud.

¿Y el promotor? Este explotador se pinta y le pintan las jeta de filántropo. Jamás le salen las cuentas pero ahí lo tienen organizando una función tras otra, "tirando el dinero" por mero amor a la lucha libre (ajá) y pidiéndole al elenco que se apriete el cinturón “ahí pá la otra porque hoy no salió muchachos”, eso sí, siempre sale para pagar la cobertura en redes sociales, la publicidad impresa, el diseño del cartel, el alquiler del local y de las sillas, bebidas y alimentos, el pago al ayuntamiento y, por supuesto, el pago del personal administrativo, del staff y la tajada del promotor. No sale, mis huevos.

 
Lo peor del asunto es que en muchos de los casos en donde se llega a pagar medianamente bien es porque el promotor anda en malos pasos, tal y como quedó demostrado con los ejemplos de Generación XXI y Veracruz en donde sus vínculos con el narcotráfico le costaron la vida a un par de promotores. En efecto, el narcotráfico ya forma parte del circuito de promotores y por ello casos como el del Dólar, vinculado a la organización criminal "La Unión", cada vez serán más comunes. 

Al final del día, "Los Independientes" solo es un eufemismo de "Los Informales", un estilo de promover lucha libre que sigue los mismos pasos vistos entre el comercio formal y el ambulante en donde el segundo, a pesar de que no cumple con sus elementales obligaciones fiscales, sanitarias, comerciales y patronales e incluso tienen nexos con el crimen organizado, suele tener un mejor trato por parte de las autoridades, tal y como se ha visto durante la pandemia en donde los reglamentos se aplican de forma draconiana a las empresas legalmente establecidas y de forma omisa cuando se trata de los informales. Desde luego que en este momento, desde la óptica del luchador, es mucho más atractivo luchar con los informales y muy probablemente esa sea la tendencia en el futuro a pesar de que esta ruta signifique varios pasos atrás en la búsqueda de las mejores condiciones laborales de los luchadores.

Otro rostro de esta situación es el irónico hecho de que a pesar de que el luchador se volvió un tianguista de sus propios productos y que debiera de entender la importancia de construir legalmente su propiedad intelectual, no solo no lo hace sino que demuestra un nulo interés por buscar una justa retribución por la explotación comercial de su trabajo en distintas redes sociales. La cultura de la informalidad no solo los priva de derechos laborales y prestaciones sociales que sus patrones deliberadamente omiten cumplir sino que, además, ni siquiera los buscan porque simple y sencillamente no están contemplados en su forma de pensar.

Con una formación técnica patito brindada por instructores sin prestigio que dan clases en improvisados centros "de alto rendimiento", un estilo de lucha completamente plástico, una nula cultura deportiva y pésimos hábitos alimenticios, el luchador moderno solo necesita de tener acceso a internet para abrir una cuenta en cualquier red social de moda para pasar a formar parte del gremio de luchadores. En cuestión de meses, sino es que de días, será parte de una función transmitida vía streaming y entonces no solo podrá considerarse como famoso, sino también como un representante de la verdadera lucha libre y un genuino luchador, de esos que salen a romperse la madre "como los del Toreo" y que no están protegidos por nadie -lo cual es cierto-. Todo esto porque ya cualquiera es luchador y estas promotoras informales son el nuevo olimpo, por tanto, pisarlas no es complicado ya que vivimos tiempos en donde el suelo es el límite...


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