Preguntarse si fue primero la propaganda o la ideología es tanto como plantearse si fue primero el huevo o la gallina. Mezclar la ideología con el entretenimiento es una forma de hacer más digerible a la primera y su uso puede ir desde lo sutil hasta lo abiertamente descarado y contradictorio. A lo largo de los años hemos visto cómo desde el cine se hizo del tabaquismo un vicio asociado al estatus y a la actitud, o bien, como se le dan tintes mesiánicos al intervencionismo militar estadounidense al presentar a sus héroes ficticios como la única esperanza del orbe ante cualquier tipo de amenaza. En el caso de la música la misma puede inducir a toda una generación a tener desde una actitud hacia la vida completamente eufórica hasta ofrecerles una visión fatalista de la misma. Es un hecho público que las compañías invierten millones de dólares en publicidad y que una campaña publicitaria puede lograr posicionar a un producto como “novedoso” en oposición a otro “tradicional” a pesar de que ambos tengan sus orígenes en el siglo XIX, tal y como lo vimos con la guerra de las colas en la década de los noventas. La lucha libre no ha estado exenta de este rol y, aunque en un tono cercano a la parodia, hemos visto desde el estereotipo del héroe americano hasta personajes netamente hedonistas propios del ambiente decadente de finales del siglo XX. No obstante, no fue sino hasta este siglo cuando emergió una compañía cuya columna vertebral consiste en ser un panfleto de la progresía, en efecto, me refiero a AEW.
domingo, 4 de abril de 2021
Progreluchas.
Inclusión, un elenco no binario, eliminación de techos de cristal, diversidad, ausencia de jerarquías, una contradictoria nostalgia y al mismo tiempo aberración al pasado y, desde luego, el propósito de terminar con una mega corporación encabezada por un racista multimillonario de raza blanca. Más allá de su inverosímil estilo de lucha cuya lógica responde más a una coreografía de “Bob” Fosse que a un combate de lucha libre, su encanto radica en lo condescendientes que son con su audiencia, la llamada “woke generation”. En AEW la forma es contenido y las contradicciones son irrelevantes porque no importa que repitan los mismos patrones vistos en otras empresas ni que la compañía sea propiedad de otro multimillonario, importa su capacidad para adaptarse y satisfacer a una narrativa. Otro factor fundamental en la empresa es el rol que juega su publicista, Dave Meltzer. Meltzer emplea todo su crédito obtenido en años para meterle el hombro a la empresa y mediante dobles raseros convence a sus lectores de que están siendo testigos de algo histórico al tiempo que construye historias lacrimógenas en donde lo que acontece en el ring se vuelve irrelevante pues lo que importa son los símbolos y el mensaje, tal y como pudo verse en la importancia que le dio a diálogos como los sostenidos por los hermanos Rhodes en su cursi reconciliación. Tal y como sucede con la ideología que sostiene a la empresa, su audiencia se encuentra vacunada ante cualquier tipo de crítica pues estás de seguro son obra de un “facho” que no amerita mayor réplica que un “Ok, boomer”. Pretendida alternativa, en realidad es una hija bastarda de la WWE, una empresa cuyos fans se formaron bajo el emporio McMahon y que consideran esencial el uso de guiones con la única distinción que, según ellos, las suyas son historias para adultos -infantiloides, mejor dicho-. Seguirán teniendo resonancia en la medida en la que sus contradicciones les permitan seguir complaciendo a su audiencia con tan solo ajustarse a la idea progre de moda. AEW es la empresa más política y abiertamente propagandista de la historia y en eso radica su mayor mérito, en ajustarse en una ideología y lograr ser parte de las empresas que gracias a su mercadotecnia son consideras "aliadas" a pesar de que, en los hechos, repiten los mismos patrones de las empresas practicantes del capitalismo salvaje.
Su estilo excesivamente coreográfico y su rol de panfleto ideológico son las razones de su éxito pero también el límite que les impide llegar a otras audiencias.
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